jueves, 11 de enero de 2007

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Luego de fingir su muerte, no podrá esta ladrona de versos hambrientos calificar la obra como una fachada de menosprecio a la vida. Razones debe de tener para ir a lo frío, al carro fúnebre que un día llevó la sangre fría, de la asesinada o la suicidada.
Todos no sabían que hacer: es la voluptuosa muchacha que llenaba las hojas con sangre para la venida de su cuerpo, la que miraba raramente con deseos de que te callaras o te envolvieras la lengua. Sabrá ella que fui yo, palpando su cuerpo inconsciente lejos de sus acusaciones paranoicas; debí llevarme su cabellera, no lo recordaría, las palabras siniestras formaban a una joven en los suicidios de otras.
Mírenme aquí mirándome, con una llanto pavoroso despiadadamente provocado, sin soltarme de una silla de madera, rascándola cuando me espiaban los ojos de sus hermanas y los entrometidos de la literatura a salvar el cuerpo del delito, no; “el cuerpo de inspiración”. Sucede que desde éste lado de la existencia la querrían como una plaza de recuerdos solemnes sin deteriorar el bosquecillo del centro, donde todos orinaban su sal de agua...
Esta mujer lívida según hallazgos encontrados en sus escritos paso a manos de expertos quienes diagnosticaron una leve sensación de necrófaga; yo diciéndome a mi misma, que los viejos tiempos son siempre recordados, que la noche es un néctar parecido a la sangre .
“No quieres que nunca se derrame y se acabe”
La condujeron toda la tarde lentamente, con la música que mas odiaba y los consuelos de los enemigos chapuceando en la suprema alegría que luego trae la nostalgia de años y años; me pregunte donde estaría ella, la de suspicacia sobre la vida, la gran madame de sangre fría circundando algún hombre festivo de la época, que si traería su vástago de cinismo bien erguido o su eterna liviandad con los seres humanos.
Todo un rezar, un echar de flores, un mitigar las lagrimas y diluirlas sobre el cristal que nos refleja, todo un zarandear la pena, buscar nuestros blancos decires, la falta de un cuerpo que nos producía una huella no conocida, todo una mención para luego el abandono.
Los amigos de sus amigos reían de vez en cuando en la tumba, como olvidar sus rostros equivocados entre el verde mapa del cementerio, las campanas, las viudas, las madres que eran muchas pero solo una, la canción sin llanto que era el silencio, el otro muerto que amaba su muerta, el otro espléndido juez que juzgaba la ternura de su muerte.
Luego de fingir; la ladrona no manca, no titubea su voz por las líneas que no imagina, no se atreve a deducir los reproches de los otros, la persecución de las mujeres dizque esbeltas, la decrepitud del hombre balbuceando tu palabra en la suya, la cicuta que suavemente te administra la vida en plazos cortos y de complicadas circunstancias, el ser una mujer y también ser otra mujer.
Es fácil robar lo que no quieres que roben, las mariposas vuelan porque se han desatado...
Te cortaran en pedacitos los del gobierno de la buena salud, las familias conocidas como la patrocinadora del buen acto y la fe, el comerciante de buenos términos sobre la eficaz inversión... todo se te hará un travestismos de la vida, una gravedad que te entierra llegando a devolver a ella lo robado.

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